sábado, 2 de febrero de 2008

Panchito Jimenez

COMO UN ALGARROBO

Juan Álvarez

Su peculiar voz y acento norteño hicieron populares temas como ‘Los algarrobos, ‘Amigo guitarrista’, ‘Embrujo’ ‘Querubín’, piezas clásicas del repertorio criollo que Panchito Jiménez ha difundido a lo largo de seis décadas. Años que pesan, pero no lo suficiente como para domar definitivamente al legendario León del Norte.

Mirando sus fotografías de cuando integraba Los Trovadores del Perú y Fiesta Criolla, dos emblemáticos conjuntos de música peruana, Francisco Jiménez Fernández parece resignado al paso de los años. A pedido nuestro recuerda con serenidad los tiempos idos. Tiempos en los que los cantores como él vestían poncho blanco y pañuelo rojo; en los que en el Perú se entregaban discos de oro por sorprendentes ventas de LPs o discos de 45. Tiempos en los que los canales de televisión y las radioemisoras lo llamaban a cada rato; en los que escuchaba con mayor frecuencia que los animadores de las peñas más prestigiadas presentaban, directamente desde Chiclayo, a Panchito Jiménez, El León del Norte.

Radio Delcar de Chiclayo es el primer referente que Panchito Jiménez tiene de su incursión en el mundo artístico. Tenía 15 años cuando sus amigos lo llevaron allí para interpretar los temas que causaban furor en las jaranas del barrio El Porvenir. Bastó que lo oyeran una vez para que su particular voz termine compartiendo micrófonos con ídolos de la época. Luego, a fines de los años treinta, llegaron los contratos para cantar marineras. “No aceptaban los valses ni las polkas”, dice recordando una oportunidad en la que, en un festival en Chongoyape, se ganó tres soles (“de cuando las monedas eran de plata”) y aprendió a sentir el orgullo de ser valorado como cantante.
Pero Panchito Jiménez recién empezó a alcanzar reconocimiento cuando coincidió en Huancayo con Oswaldo Campos, Miguel Paz, Oscar Avilés y Javier Gonzales, quienes en ese momento regresaban al Perú tras una exitosa gira por Argentina. Tenía 22 años y todas las ganas de destacar en el criollismo.
Los Trovadores del Perú debían reemplazar la voz de Gonzales y el elegido fue Jiménez. Con él, la fama del cuarteto rozó la celebridad, sobre todo después de compartir escenario con el tenor Alejandro Graña, el suceso musical de entonces.
En 1945, sin embargo, cada uno terminaría tomando su propio camino. Y el de Panchito apuntaba hacia el sureste del continente: Argentina, Bolivia y Paraguay. En cada punto de la travesía, él hacía gala de sus virtudes vocales, pero también de una irrefrenable vocación de picaflor. Bohemio al fin y al cabo, dejaba un amor en cada pueblo. Hasta que la oportunidad de integrarse al popular conjunto Fiesta Criolla lo hizo pisar tierra firme y vivir un poco de estabilidad. Había cumplido 35 años.
Fiesta Criolla tuvo dos etapas. En la primera Panchito cantó acompañado de Oscar Avilés, Humberto Cervantes, Pedrito ‘Verija’ Torres y el cajonero Arístides Ramírez; mientras que en la segunda con Roberto Velásquez, ‘Chinoco’ Gonzales, ‘Sudapisco’ Samanez y Humberto Cervantes. Fueron muchos años animando las mejores jaranas criollas de Lima y provincias, con una discografía tal que al propio artista le cuesta recordar con exactitud la cantidad de placas grabadas y vendidas, Temas como ‘La comarca’, ‘Embrujo’, ‘Querubín’ y ‘Los algarrobos’ fueron éxitos, que, de haber sido comercializados como se hace ahora, estos criollos serían millonarios.

Tiene dificultades para ver con claridad y su caminar es cansino, algo que no resulta tan extraño en quien ha vivido 82 años, la mayor parte de ellos entregando lo mejor de sí a la difusión del folclore criollo. ‘Ahora estoy bien, pero en diciembre pasado el cigarro me tumbó. Casi me manda a la otra”, dice Panchito Jiménez con su acostumbrada picardía. Fueron unos mareos y una zapateada del corazón, síntomas lo suficientemente preocupantes como decirle adiós al tabaco. Y no tanto por él mismo, sino por sus familiares. “Me dio pena verlos en el hospital durante la madrugada, preocupados por mi salud”, refiere.
Pero no obstante esos achaques, en plena conversación la lucidez y la calidad vocal de Panchito parecen intactas. Las referencias a hechos y personajes de la historia del enollismo del siglo pasado brotan de sus labios sin demasiado esfuerzo, como los falsetes necesarios para demostrar qué es un Triste, ese género musical norteño casi desconocido por las generaciones actuales debido a la falta de promoción de nuevos intérpretes. “Quedamos pocos, al igual que los cantores de yaravíes, porque las disqueras dicen que no es un género comercial. Yo no sé qué pasará después, cuando los muchachos pregunten qué es un Triste o qué es un yaraví, y no haya alguien que les enseñe”, advierte.

En 1971 Panchito Jiménez decide escuchar a quienes desde hacía tiempo le decían que él podía ser solista. A punto de cumplir medio siglo de vida, sentía cobijar la fuerza necesaria para que ‘El León del Norte’ siguiera rugiendo en peñas, festivales y programas de radio o televisión. Y así lo hizo, al menos mientras la música criolla continuó siendo interesante para el público, los empresarios artísticos y los medios de comunicación.
En los ochenta las cosas se pusieron color de hormiga para todos los cantores criollos, entonces Panchito Jiménez se dio cuenta de lo atinado que fue invertir en la educación de sus cinco hijos y haber cultivado el amor de Consuelo Llontop Chafo- que (“ella me ha acompañado en los momentos más difíciles”), desde hace 35 años su segunda esposa.
“Ahora uno se defiende con el favor de Dios. Peor sería no recibir nada”, dice, refiriéndose a la pensión de 500 soles que desde hace quince años recibe gracias a una gestión especial realizada durante gobierno aprista. “Pobres los muchachos que quieren hacer criollismo. Creo que tienen que juntar miles de dólares para grabar. Ni siquiera estar bien con la voz lo ayuda a uno, porque no hay trabajo. Yo mismo tengo varias canciones, de ésas que me mandan mis paisanos en casetes, pero no puedo sacar otro disco por falta de dinero, ni cantarlas en peñas porque me las podrían piratear al toque”.
Le pregunto cómo se siente cada vez que escucha sus viejas canciones, y los ojos se le nublan. “Hace unos días oí en la televisión ‘Juanita’ y ‘Amigo guitarrista’... me puse a llorar. Uno siente mucho el hecho de no tener un espacio para cantar, uno se entristece. El peruano es medio ingrato para con su música, pero qué se puede hacer. Yo vivo agradecido a quienes me reconocen, a quienes me recuerdan. Cuando estuve internado en el Hospital Rebagliati un doctor se acercó y me dijo: ‘usted no debe morirse... tiene que cantar muchos años más. Entonces me dije que yo debia ser como la chicharra, que sólo revienta de tanto gritar.., de tanto cantar”. No se apene, Panchito quién le dijo que los algarrobos no lloran.

Para ser criollo...
Para ser criollo había que meterse a la jarana. El criollo nacía en el callejón, donde se hace el Tacu tacu, los Frijoles con seco, el Arroz con pato, la Carapulcra. Yo he tenido la suerte de conocer a grandes hombres como Luciano Huambachano, los Ascuez y la gente del Callejón del Buque; y de departir con grandes cantores como Peña Cárdenas, el Chino Costa Monte- verde, La Limeñita y Ascoy. Esos sentían el criollismo.
También he sido de buen comer. Por un poco no pertenecí al Trío Cuatrobocas (Nicomedes, Avilés y Cervantes). La familia de mi esposa era dueña del Rincón Chiclayano.
A Chiclayo regreso una vez al año, para visitar a mis hermanas Alejandrina, Rosario y Cándida, y para poner flores en la tumba de mi padre. En la ‘Esquina del Movimiento, la de los jirones 7 de Enero y Pedro Ruiz, ahora sólo encuentro a un amigo, el Ruco Gonzales. A los demás los ha matado el llonque. Es que ya no hay chicha como la de antes. Ahora la hacen de ciruela, de mango. Ya parecen fruteros. La chicha debe ser de jora, como la que heredamos de los antiguos peruanos, ésa que se daba a los muchachos en la misma cantidad que la leche para que sean fuertes...”.

Extraído del suplemento Domingo Nº 231- La República

Homenaje a Panchito Jimenez

Él rugía” valses
JOSÉ VADILLO VILA
jvadillo@editoraperu.com.pe

Cuando “El León” tomaba el micrófono, un rugido singular emergía desde el fondo de su garganta, abriéndose paso entre los contrapuntos de las guitarras. Era un canto de barítono, sazonado con falsetes y la picardía del dejo norteño. Entonces, la jarana empezaba, con golpes de buen cajón como dice la canción.
Sí, Panchito Jiménez Fernández no cantaba, sino “rugía” valses. Por eso, su compadre José Lázaro Tello—gigante de los micrófonos, quien puso los nombres artísticos más memorables— lo bautizó como “El León del Norte”, dizque por la singularidad y fortaleza de su canto. Si Lázaro resucitase, sabría que no se equivocó.
“La gente me decía: ‘pero si en el norte no hay leones’, ¡cómo que no hay!, ¿y el puma?”, bromea el cantor este mediodía limeño en el sofá de su casa de la urbanización Los Cipreses, donde vive hace 37 años. La sala y el comedor están adornados con trofeos, diplomas y fotos que recuerdan su grandeza vocal. Varios leones de fantasía, que sus admiradores le han regalado, cuidan la morada.
Cuando lo bautizaron como “El León del Norte”, Panchito iniciaba su carrera como solista tras años al volante de Los Trovadores del Perú y Fiesta Criolla. ¿Le gustó el apelativo? “Aunque no le guste a uno, tiene que aguantar”, sonríe pícaro. Este criollo de 87 años de edad dejó de “rugir” valses y marineras hace dos o cuatro años. Y se disculpa por la falta de precisión en las fechas, porque “lo primero que uno olvida a esta edad son los almanaques”.

De Chiclayo a la palestra
Francisco Julián Jiménez Fernández (prefiere siempre obviar su segundo nombre) comenzó como cantante en Chiclayo, “la tierra donde se acuesta uno, amanecen dos y se hacen tres”, como reza el dicho.
Soltaba sus gallos con los grupos de su barrio El Porvenir. Profesionalmente, se inició cuando “a los 15 o 16 años de edad” participaba en los diversos concursos de radio Delcar, la OAX norteña. “Ahí cantaba música peruana, huainitos del norte, marineras y valses. Mi fuerte eran los valses.”
Una vez, recuerda, ganó “un billete colorado de 10 soles”. Nos grafica: en ese momento histórico servía para comprarse dos pares de zapatos marca Aguila, y te sobraban como dos soles más. Eran otros tiempos.
Un día se dijo, “me voy pa’ Lima” y por el año “mil novecientos cuarentaitantos” ya era la primera voz de Los Trovadores del Perú, reemplazando a Javier González. En el conjunto conoció al “Chino” Óscar Avilés, con quien escribiría más tarde páginas importantes del críollismo.
Los Trovadores fueron de gira hasta Oruro, Bolivia, donde se disolvieron. Panchito decidió probar suerte, y estuvo siete años “andando” entre Bolivia y Argentina. “A la fuerza” tuvo que aprenderse huainos y taquiraris, que el público le exigía.
Degusta el recuerdo de esos años como una etapa muy buena de su vida. “No me quejo. Se ha paseado uno muy bien.” En La Paz recibió un correo de Avilés, quien lo invitaba para que volviera a Lima. Panchito, que ya quería regresarse, tomó sus maletas y se vino. Así, ese 1957 fecundaron Fiesta Criolla.

De Fiesta.. a “El León”
Para los conocedores de la materia, Fiesta Criolla pertenece a la última gran generación de conjuntos de la música costeña urbana. Integrado con Avilés y Jiménez a la cabeza, el quinteto sólo duró nueve años, entre sus dos etapas. Tiempo suficiente para llegar a la eternidad.
Con sus presentaciones en radios y canales de televisión de la época, y grabaciones de discos que se multiplicaban como maná del cielo, el conjunto pasó a la historia por ese vals hecho para bailar en fiesta perpetua.

Después, Panchito empezó su larga etapa en solitario. Su esposa, la monsefuana Consuelo Llontop Chafo- que, hija de la dueña del histórico Rinconcito Chiclayano, lo acompaña hace casi cuatro décadas. Ella no canta, pero por años se sentó con el a escuchar juntos las canciones para que aprendiera bien las letras.
Hacemos un paréntesis para preguntarle si dedicarse a la música toda la vida ha sido bueno. “No se ha ganado grandezas, pero uno se ha defendido. Antes, por ejemplo, te pagaban para grabar; ahora, tienes que pagar para grabar”, explica.
Por algo, don Panchito agradece que ninguno de sus cinco hijos heredara su vena artística. “Ellos trabajan”, bromea. ‘La vida del músico es muy difícil, hay que tener mucha suerte.

Cantata y fuga
Hace varios años, este devoto de la Cruz de Motupe y el Señor de los Milagros se alejó definitivamente del medio, por problemas con la presión alta; aunque hay quienes insisten en que vuelva a ‘rugir” en los escenarios.
Ya no frecuenta a los amigos de antes, a las serenatas y las peñas, que no son como las de su tiempo. “¡Qué vamos a comparar, hasta la gente era otra! Además, ya cansa, pe.” Tampoco se manda su tanganazo de pisco para afinar la garganta.
Son otros tiempos, los cantantes modernos “hasta saben música”. Él lo aprendía todo de oído y nunca supo rasguear una guitarra; aunque grabó tantos discos que olvida el número. En sus más de 60 años de servicios profesionales a la peruanidad se ha cuidado la voz sólo evitando bebidas heladas y limitando las jaranas.
No le gusta quejarse. Dice que el Estado le ha retribuido ‘un poquito”. En su primer gobierno, Alan García les dio trabajo a algunas figuras del criollismo. Así, se hizo profesor de música del colegio Hipólito Unanue, lo cual le valió para jubilarse, hace nueve años.
Cada mediodía, don Panchito prende el equipo de sonido y lo revitaliza escuchar las canciones que inmortalizó. Empero, le preocupa que muchos cantantes grandes estén retirándose. Opina que si no se escuchan a buenos cantantes y compositores es porque la música extranjera está “matando” todos los géneros musicales nacionales.
Los extranjeros saben de qué pie cojeamos. ¿Te has dado cuenta de que el cantor peruano tiene una cosa extraña: siempre comienza por lo extranjero? ¡Cuántos se reían de los huainos, de la música de los negros, que son tan bonitas, y ahora están de moda!”
No cree en aquello de que la música criolla vaya a desaparecer. “No va a morir, porque no se la puede botar de la casa.” Pero sí parece a veces que este género musical sufre de ataques al miocardio, ‘eso-denuncia el artista— se debe a los cantores y los extranjeros, siempre”.


Extraído de El Peruano.