miércoles, 15 de octubre de 2008

La apañadora (Autora : Alicia Maguiña) Canta: CEcilia Barraza

Un sábado por la tarde
me propuso mi patrón,
me dijó: ¡Ay, Asunción!
¡ay, Asunción! Chola china
sal pronto de la cocina
ya no pelaras gallinas
vas a apañar algodón.

Cuando llega la cosecha
con multicolor pollera
y con su sombrero de paja
ya se va la apañadora
a apañar el algodon

Los cholos con pecho al aire
tostaditos por el sol
le dicen: ay, Asunción
vente a apañar a mi lado.
Pero en caballo de paso
vino el apuesto patrón
y se fue con Asunción
y se fue en su regazo
y se fue con Asunción
a apañar el algodón


Giancarlo Haro

sábado, 4 de octubre de 2008

Coplas norteñas

Estas son algunas coplas que he podido oir, donde se manifiesta ese salero y picardía de la gente norteña:

I
Que cholo más miserable
del norte tenía que ser,
se acuesta con la cuñada
para no gastar a la mujer.

II
A mi cholita cocinando
se le quemó el delantal,
si no la bombeo a tiempo
se le quema lo principal.

III
Si quieres tomar chicha
anda a lo de Ruperta,
que te sirve en poto grande
y el chico te lo da de oferta.

IV
Si por celosa quieres
que tu amor yo pierda,
el día que te vea con otro,
te voy a sacar la... lengua.

V
Merece pena de cárcel
la mujer que nada da
porque si el hombre pide
... es por necesidad.

VI
Las campanas dicen dan,
las mujeres dicen den.
Yo prefiero las campanas,
porque dan, sin que les den.

lunes, 30 de junio de 2008

Entrevista a Alicia Maguiña

"Yo era la rebelde del vals criollo"

Entrevista: Alonso Rabí do Carmo


Este año Alicia Maguiña celebra cincuenta anos dedicados a la interpretación y el estudio de la música peruana. Acaba de lanzar dos discos con material recopilado y nuevo y, por si fuera poco, prepara un libro de memorias. Tres pretextos para acercarnos a uno de los personajes más emblemáticos de la cultura popular peruana


En cierta ocasión, siendo aún muy joven, le propusieron a Alicia Maguiña grabar su primer disco. Fue durante una comida, a la que ella acudió con sus padres. Luego de escuchar las razones y los argumentos de quienes impulsaban la grabación, el padre de Alicia -que ya le había repetido varias veces a su hija que "no quería una mujer de tablas"- asintió, poniendo antes una condición: "Que grabe, pero que no cobre".La historia musical de Alicia Maguiña, sin embargo, empieza mucho antes, en la soleada Ica, cuando su madre y sus tíos animaban la vida hogareña con algunas piezas de flamenco, sin saber que sembraban en la niña el germen de una pasión que a la larga sería su razón de vivir."En esos tiempos -recuerda-vivían al lado de mi casa en Ica unas hermanas de apellido Matienzo, que daban clases de piano. Cuando escuché ese instrumento quedé prendada, así que me metí a aprender con ellas, pero había un problema y era que en mi casa no teníamos piano".Un buen día su padre, que era juez, fue trasladado a Lima y con él, naturalmente, toda la familia "El problema de la falta de piano subsistía, pero pude matricularme en la academia de guitarra que puso Óscar Aviles en el jirón de la Unión, en la calle Boza". Y allí empezó otra historia.Usted siempre ha recordado las conversaciones que tenía en Ica, cuando era niña, con las empleadas domésticas que venían de Ayacucho a trabajar en la ciudad. En varias ocasiones ha dicho que ese contacto fue importante para usted, porque aprendió cuentos orales y canciones.

¿Podemos decir entonces que su primer interés fue por la música andina?
Sí, me interesé primero por la música andina. Es que en mi casa no eran exactamente criollos, mi mamá cantaba flamenco y tangos, pero no precisamente valses. Una vez escuché cantar a una empleada en mi casa. Lo hizo en quechua y fue algo muy conmovedor, se me formó un nudo en la garganta. En Ica viví muchas cosas que cambiarían después en Lima En Ica tuve mucha cercanía y familiaridad con lo popular, con la música de los migrantes. En Lima entré al colegio Santa Úrsula y eso fue un choque porque yo no sabía nada de alemán y me sentí como las muchachitos que llegaban a Ica a trabajar a las que muchos tildaban de torpes porque hablaban mal el español. Esa nueva situación en Lima hizo que afloraran mis recuerdos de Ica y me identificara con esas mujeres. Recuerdo que compuse un huaino dedicado a las empleadas de Ica. Pero creo que todos estos sentimientos cobran carne cuando en 1963 compuse Indio y en una revista me llamaron "la rebelde del vals criollo". Por otro lado, en el primer disco que grabé, con la orquesta de Manolo Avalos y otros temas con el piano de Lucho de la Cuba, canté cuatro huainos; luego en todos mis discos posteriores siempre hay repertorio andino.

Y no solamente huainos
No, porque después conocí otros géneros. Cuando me divorcié de mi primer esposo me mudé con mis dos hijos a un departamento, y vivíamos allí con una señora que ayudaba en las tareas de la casa, una señora Huanta, Carmen Cachumani Porras. Un día estaba yo ensayando con mi guitarra y me pidió que le cantara un huaino. Yo comencé a cantar y ella se puso a bailar con unos movimientos muy delicados, muy finos. Le dije: "Eso no es huaino, ¿no?". Y me respondió: "No, es huaylarsh". Luego le pregunté dónde podía ver ese baile y me dijo que fuera a los coliseos, que empezaban a ponerse de moda entre los migrantes en Lima. Fui un domingo, pero lo que vi allí era otra cosa, con movimientos exagerados y pasos que parecían parodiar lo que Carmen había bailado ese día. Lo que hice después fue ir directamente al Valle del Mantaro para ver la música y las danzas que se hacían allí.

En esa época, digamos finales de los años cincuentas y comienzos de los sesentas, no se escuchaba mucha música andina en los medios.
Efectivamente. La música andina se conocía poco y de vez en cuando en la radio o la televisión se hacían programas especiales. En esa época yo andaba prendida de la radio, por los programas en vivo de música criolla que se hacían, que eran realmente extraordinarios.

PRIMEROS PASOS

¿El ambiente familiar le fue propicio para la música?
No. Fíjate que cuando yo tenía ya dos años en la academia de Óscar Avilés, mis padres me sacaron, porque empezaron a ver que la música me gustaba mucho y temían que me volviera una bohemia. Entonces dejé la academia, pero empecé a componer. En mi casa fingían no darle importancia a esto, me daban a entender que no era nada extraordinario que compusiera o cantara, para que no me entusiasmara tanto. De esa época, colegial todavía, es mi primer vals, Inocente amor.

El segundo fue La apañadora, ¿no es así?
Sí, ese fue mi segundo tema, dedicado a las jóvenes campesinas que trabajaban en los campos de algodón en Ica.

Finalmente logró dedicarse a la música
Claro, al divorciarme empecé a trabajar en lo que era mi campo. El primer disco, a Dios gracias, resultó un éxito y eso de alguna manera me facilitó las cosas.

¿Qué personas han sido decisivas a lo largo de su carrera?
Bueno, varias. Una de ellas fue José Durand Flores, que me enseñó mucho sobre la marinera limeña y me retaba, porque me llamaba por teléfono y me ponía una marinera y yo tenía que responderle. Él fue el primero en hablar de la estructura literaria y formal de la marinera en el Perú, el iniciador de su estudio. Fue un gran maestro que me vinculó con otra gente importante, como Manuel Quintana Olivares, "El Canario Negro", otra persona que me enseñó muchísimo, fue mi profesor de contrapunto, me daba clases dos veces por semana.Conoció también a Bartola Sancho Dávila, la gran bailarina de marinera limeña, todo un personajePor supuesto. Y yo misma la fui a buscar. José Durand, a quien todavía no conocía -yo estaba todavía en el colegio- hizo un espectáculo en el teatro Municipal que se tituló Pancho Fierro y en el que por primera vez aparecían en público Nicomedes Santa Cruz, Porfirio y Vicente Vásquez, Ronaldo Campos y otras más. Esa noche vendieron en el teatro un libro de Aurelio Collantes, "Historia de la canción criolla". Allí había varios datos, entre ellos la dirección de Bartola Sancho Dávila. Así que llegué a un callejón en la cuadra 5 del jirón Cajamarca, en el Rímac, a buscar a esta señora, para invitarla a mi casa. Recuerdo que le puse un disco de marinera y ella tuvo la generosidad de bailar para mí y enseñarme algunos pasos. Años después compondría una marinera, Bartola, en honor suyo.


Habrá asistido a muchas jaranas
Varias veces. Ahora, es mentira eso de que a las jaranas iba todo Lima o de que todo el mundo bailaba marinera. Las personas que uno encontraba en las jaranas eran en realidad escogidas. Así conocí también a los hermanos Augusto y Elías Ascuez, así como también a Porfirio Vásquez y Luciano Huambachano. Ellos también me enseñaron mucho. Recuerdo que al componer Bartola los reuní para mostrarles el tema y me alegró que lo aprobaran. Una vez estuve en una jarana en la casa de Luciano Huambachano, que me hizo madrina de aros de su hija. Allí escuché a los Ascuez, con el cajón de "Pancho Caliente", don Francisco Flores. El dúo que hacían los hermanos Ascuez era realmente extraordinario, tenían un timbre maravilloso y una gran potencia vocal, además de afinación y color de voz. La gente escuchaba, iba para apreciar a estos sabios. De pronto en un momento se anunciaba una marinera para bailar y entonces se bailaba. Había realmente un ambiente de respeto.ALICIA Y CHABUCASe ha hablado mucho de una rivalidad entre Chabuca Granda y usted. ¿Qué hay de cierto en eso?Yo conocí a Chabuca Granda porque yo misma fui a buscarla. Cuando ella apareció, su trabajo me pareció muy bello y yo cantaba algunas de sus canciones. Entonces quise saber más de ella y la busqué. Recuerdo que tuvo un gesto muy generoso, porque me grabó una cinta con varias canciones inéditas de ella, como Zaguán, Zeñó Manué, Gracia y otras más. Después la volví a ver cuando empecé a componer. Hay gente que ha estigmatizado nuestra relación.¿Pero hubo enemistad o rivalidad realmente?En principio creo que teníamos dos estilos completamente diferentes. Ella, para empezar, era 18 años mayor que yo y ya era un boom en la música peruana. Fue un torbellino. Un día, unos amigos hicieron un almuerzo al que invitaron a Chabuca porque querían que ella escuchara mis canciones, que todavía no habían sido grabadas. Estaban también Los Chamas. Recuerdo que canté Callecita encendida, porque me moría de vergüenza de cantar Inocente amor. Al final también la canté y cuando terminé Chabuca dijo: "Graciosita la chica". Pensando en eso, sentí que ella establecía la rivalidad, no yo. Lo curioso es que en adelante cada vez que me encontraba con Los Chamas ellos me decían: "Graciosita la chica".
Un tiempo después hubo una comida benéfica en el casino de Ancón en el que coincidimos Chabuca y yo, pues las dos íbamos a cantar, dos temas cada una. Ella cantó primero y yo después. Cuando terminé pasé por su mesa, ella de pronto volteó, me tomó del brazo y me dijo: "Es pan, no pam, es gritan, no gritam". Recuerdo que mi respuesta fue: "Gracias señora”. Pero ella no me soltaba el brazo y me volvió a decir: “Y te falta aprender a hacer marinera limeña". Eso sí me sonó mal, porque ella nunca había hecho marinera limeña. Al día siguiente, ya en casa, tenía clase con Quintana y le conté. Él me sugirió que hiciera una marinera de desafío. Así nació Toma, dale. Exactamente. Yo admito que sentía un poco de rabia porque creo que la situación había sido muy injusta. Cuando el tema empieza a cantarse, muchos asociaron la letra con este episodio. Ella nunca me dijo nada sobre esto.¿Después mantuvieron alguna relación?No frecuentábamos los mismos grupos. Muchas veces nos hemos encontrado en almuerzos, hemos conversado, me ha invitado a su casa, en fin. Cuando compuse Recordando a mi padre, por ejemplo, me llamó para felicitarme, me decía que por qué no me iba al extranjero, que me podría ir muy bien. Cuando su mamá estuvo enferma, en el Hospital Militar, fui a visitarla. Y cuando ella estuvo mal, antes de irse a Estados Unidos, la visité dos veces. Fue una buena relación, a pesar de lo que murmura la gente.MIRANDO AL FUTUROHay una etapa musical en su carrera, al lado de Carlos Hayre.Carlos es un excelente músico. En su época tenía conceptos musicales muy avanzados y fue un innovador. Pero no fue un innovador alocado, al contrario, era muy riguroso.¿Cuántos discos hicieron juntos?Alrededor de siete discos.¿Cómo lo conoció?Lo conocía incluso antes de casarme con Eduardo Bryce, porque él era contrabajista de planta en Sono Radio, es decir, tocaba en todas las grabaciones. Yo no sabía que tocaba guitarra, es más, él mismo no era conocido como guitarrista. Cuando yo trabajaba cobrando, le pregunté a Manuel Acosta Ojeda si conocía a un guitarrista que no tuviera compromisos con otros cantantes y él me recomendó a Carlos Hayre.

¿Qué percepción tiene de las nuevas tendencias en música peruana?
Yo creo que se puede innovar, pero conociendo y respetando la tradición. Sin eso, difícilmente se puede hacer un camino. Hay que amar la música que uno pretende cambiar, eso es un requisito indispensable. Yo pienso que la música que va a prevalecer, finalmente, es la de la época de oro, que en parte es la que se escucha en las radios.¿Proyectos a futuro?Varios. Estoy trabajando en un disco recopilatorio de marinera limeña, donde rescato grabaciones de los Ascuez, de Huambachano y de otros cantores. También estoy escribiendo un libro en el que resumo mi experiencia musical, una suerte de memoria musical, porque me alegra mucho haber trabajado cincuenta años con perseverancia y pasión para imponer el gusto por la música andina y la marinera limeña.

Biografia de Alicia Maguiña

Nació en 1938, hija de Alfredo Maguiña Suero, natural de Huaraz y Alicia Málaga, natural de Arequipa, quienes la llevaron a Ica cuando tenía un año, quedandose allí hasta los doce a trece años. Estudió primaria en el colegio Arbulú de esa localidad hasta que su padre fuera nombrado magistrado de la Corte de Lima. Se trasladó a Lima, continuando sus estudios en el Colegio Santa Ursula.

En primeras nupcias tuvo dos hijos: Alicia y Eduardo Bryce Maguiña y también una nieta: Alicia Moncloa Bryce. Actualmente se encuentra casada con el guitarrista y compositor Carlos Hayre.

De niña vibraba con la música peruana y las manifestaciones culturales del Perú. El periodista Luis Felipe Angell "Sofocleto", la escuchó en una actuación de exalumnos de su colegio y comentó con los dueños del diario El Comercio, quienes a su vez hablaron con sus padres, los cuales con poco agrado aceptaron para que grabara su primer albúm de canciones, siendo su padrino artístico el periodista y compositor César Miró.

Su primera composición nace a los 13 años, con el hermoso vals “Inocente amor” poema tierno de una experiencia juvenil del primer amor. Ella aclara que nunca se propuso ser compositora, todo ello nació espontáneamente al coger una guitarra.

En 1954, se acerca a la Academia de Música de la calle Boza para perfeccionar sus conocimientos de guitarra.

Movida por la voz de Jesús Vásquez, la guitarra de Óscar Avilés y del compositor Felipe Pinglo Alva se dedicó al estudio de la música peruana, en especial de la música criolla.

Trabajó en Radio Nacional del Perú conduciendo La hora de Alicia Maguiña los lunes, miércoles y viernes de 14.00 a 15.00 horas, desde 1992.

sábado, 2 de febrero de 2008

Panchito Jimenez

COMO UN ALGARROBO

Juan Álvarez

Su peculiar voz y acento norteño hicieron populares temas como ‘Los algarrobos, ‘Amigo guitarrista’, ‘Embrujo’ ‘Querubín’, piezas clásicas del repertorio criollo que Panchito Jiménez ha difundido a lo largo de seis décadas. Años que pesan, pero no lo suficiente como para domar definitivamente al legendario León del Norte.

Mirando sus fotografías de cuando integraba Los Trovadores del Perú y Fiesta Criolla, dos emblemáticos conjuntos de música peruana, Francisco Jiménez Fernández parece resignado al paso de los años. A pedido nuestro recuerda con serenidad los tiempos idos. Tiempos en los que los cantores como él vestían poncho blanco y pañuelo rojo; en los que en el Perú se entregaban discos de oro por sorprendentes ventas de LPs o discos de 45. Tiempos en los que los canales de televisión y las radioemisoras lo llamaban a cada rato; en los que escuchaba con mayor frecuencia que los animadores de las peñas más prestigiadas presentaban, directamente desde Chiclayo, a Panchito Jiménez, El León del Norte.

Radio Delcar de Chiclayo es el primer referente que Panchito Jiménez tiene de su incursión en el mundo artístico. Tenía 15 años cuando sus amigos lo llevaron allí para interpretar los temas que causaban furor en las jaranas del barrio El Porvenir. Bastó que lo oyeran una vez para que su particular voz termine compartiendo micrófonos con ídolos de la época. Luego, a fines de los años treinta, llegaron los contratos para cantar marineras. “No aceptaban los valses ni las polkas”, dice recordando una oportunidad en la que, en un festival en Chongoyape, se ganó tres soles (“de cuando las monedas eran de plata”) y aprendió a sentir el orgullo de ser valorado como cantante.
Pero Panchito Jiménez recién empezó a alcanzar reconocimiento cuando coincidió en Huancayo con Oswaldo Campos, Miguel Paz, Oscar Avilés y Javier Gonzales, quienes en ese momento regresaban al Perú tras una exitosa gira por Argentina. Tenía 22 años y todas las ganas de destacar en el criollismo.
Los Trovadores del Perú debían reemplazar la voz de Gonzales y el elegido fue Jiménez. Con él, la fama del cuarteto rozó la celebridad, sobre todo después de compartir escenario con el tenor Alejandro Graña, el suceso musical de entonces.
En 1945, sin embargo, cada uno terminaría tomando su propio camino. Y el de Panchito apuntaba hacia el sureste del continente: Argentina, Bolivia y Paraguay. En cada punto de la travesía, él hacía gala de sus virtudes vocales, pero también de una irrefrenable vocación de picaflor. Bohemio al fin y al cabo, dejaba un amor en cada pueblo. Hasta que la oportunidad de integrarse al popular conjunto Fiesta Criolla lo hizo pisar tierra firme y vivir un poco de estabilidad. Había cumplido 35 años.
Fiesta Criolla tuvo dos etapas. En la primera Panchito cantó acompañado de Oscar Avilés, Humberto Cervantes, Pedrito ‘Verija’ Torres y el cajonero Arístides Ramírez; mientras que en la segunda con Roberto Velásquez, ‘Chinoco’ Gonzales, ‘Sudapisco’ Samanez y Humberto Cervantes. Fueron muchos años animando las mejores jaranas criollas de Lima y provincias, con una discografía tal que al propio artista le cuesta recordar con exactitud la cantidad de placas grabadas y vendidas, Temas como ‘La comarca’, ‘Embrujo’, ‘Querubín’ y ‘Los algarrobos’ fueron éxitos, que, de haber sido comercializados como se hace ahora, estos criollos serían millonarios.

Tiene dificultades para ver con claridad y su caminar es cansino, algo que no resulta tan extraño en quien ha vivido 82 años, la mayor parte de ellos entregando lo mejor de sí a la difusión del folclore criollo. ‘Ahora estoy bien, pero en diciembre pasado el cigarro me tumbó. Casi me manda a la otra”, dice Panchito Jiménez con su acostumbrada picardía. Fueron unos mareos y una zapateada del corazón, síntomas lo suficientemente preocupantes como decirle adiós al tabaco. Y no tanto por él mismo, sino por sus familiares. “Me dio pena verlos en el hospital durante la madrugada, preocupados por mi salud”, refiere.
Pero no obstante esos achaques, en plena conversación la lucidez y la calidad vocal de Panchito parecen intactas. Las referencias a hechos y personajes de la historia del enollismo del siglo pasado brotan de sus labios sin demasiado esfuerzo, como los falsetes necesarios para demostrar qué es un Triste, ese género musical norteño casi desconocido por las generaciones actuales debido a la falta de promoción de nuevos intérpretes. “Quedamos pocos, al igual que los cantores de yaravíes, porque las disqueras dicen que no es un género comercial. Yo no sé qué pasará después, cuando los muchachos pregunten qué es un Triste o qué es un yaraví, y no haya alguien que les enseñe”, advierte.

En 1971 Panchito Jiménez decide escuchar a quienes desde hacía tiempo le decían que él podía ser solista. A punto de cumplir medio siglo de vida, sentía cobijar la fuerza necesaria para que ‘El León del Norte’ siguiera rugiendo en peñas, festivales y programas de radio o televisión. Y así lo hizo, al menos mientras la música criolla continuó siendo interesante para el público, los empresarios artísticos y los medios de comunicación.
En los ochenta las cosas se pusieron color de hormiga para todos los cantores criollos, entonces Panchito Jiménez se dio cuenta de lo atinado que fue invertir en la educación de sus cinco hijos y haber cultivado el amor de Consuelo Llontop Chafo- que (“ella me ha acompañado en los momentos más difíciles”), desde hace 35 años su segunda esposa.
“Ahora uno se defiende con el favor de Dios. Peor sería no recibir nada”, dice, refiriéndose a la pensión de 500 soles que desde hace quince años recibe gracias a una gestión especial realizada durante gobierno aprista. “Pobres los muchachos que quieren hacer criollismo. Creo que tienen que juntar miles de dólares para grabar. Ni siquiera estar bien con la voz lo ayuda a uno, porque no hay trabajo. Yo mismo tengo varias canciones, de ésas que me mandan mis paisanos en casetes, pero no puedo sacar otro disco por falta de dinero, ni cantarlas en peñas porque me las podrían piratear al toque”.
Le pregunto cómo se siente cada vez que escucha sus viejas canciones, y los ojos se le nublan. “Hace unos días oí en la televisión ‘Juanita’ y ‘Amigo guitarrista’... me puse a llorar. Uno siente mucho el hecho de no tener un espacio para cantar, uno se entristece. El peruano es medio ingrato para con su música, pero qué se puede hacer. Yo vivo agradecido a quienes me reconocen, a quienes me recuerdan. Cuando estuve internado en el Hospital Rebagliati un doctor se acercó y me dijo: ‘usted no debe morirse... tiene que cantar muchos años más. Entonces me dije que yo debia ser como la chicharra, que sólo revienta de tanto gritar.., de tanto cantar”. No se apene, Panchito quién le dijo que los algarrobos no lloran.

Para ser criollo...
Para ser criollo había que meterse a la jarana. El criollo nacía en el callejón, donde se hace el Tacu tacu, los Frijoles con seco, el Arroz con pato, la Carapulcra. Yo he tenido la suerte de conocer a grandes hombres como Luciano Huambachano, los Ascuez y la gente del Callejón del Buque; y de departir con grandes cantores como Peña Cárdenas, el Chino Costa Monte- verde, La Limeñita y Ascoy. Esos sentían el criollismo.
También he sido de buen comer. Por un poco no pertenecí al Trío Cuatrobocas (Nicomedes, Avilés y Cervantes). La familia de mi esposa era dueña del Rincón Chiclayano.
A Chiclayo regreso una vez al año, para visitar a mis hermanas Alejandrina, Rosario y Cándida, y para poner flores en la tumba de mi padre. En la ‘Esquina del Movimiento, la de los jirones 7 de Enero y Pedro Ruiz, ahora sólo encuentro a un amigo, el Ruco Gonzales. A los demás los ha matado el llonque. Es que ya no hay chicha como la de antes. Ahora la hacen de ciruela, de mango. Ya parecen fruteros. La chicha debe ser de jora, como la que heredamos de los antiguos peruanos, ésa que se daba a los muchachos en la misma cantidad que la leche para que sean fuertes...”.

Extraído del suplemento Domingo Nº 231- La República

Homenaje a Panchito Jimenez

Él rugía” valses
JOSÉ VADILLO VILA
jvadillo@editoraperu.com.pe

Cuando “El León” tomaba el micrófono, un rugido singular emergía desde el fondo de su garganta, abriéndose paso entre los contrapuntos de las guitarras. Era un canto de barítono, sazonado con falsetes y la picardía del dejo norteño. Entonces, la jarana empezaba, con golpes de buen cajón como dice la canción.
Sí, Panchito Jiménez Fernández no cantaba, sino “rugía” valses. Por eso, su compadre José Lázaro Tello—gigante de los micrófonos, quien puso los nombres artísticos más memorables— lo bautizó como “El León del Norte”, dizque por la singularidad y fortaleza de su canto. Si Lázaro resucitase, sabría que no se equivocó.
“La gente me decía: ‘pero si en el norte no hay leones’, ¡cómo que no hay!, ¿y el puma?”, bromea el cantor este mediodía limeño en el sofá de su casa de la urbanización Los Cipreses, donde vive hace 37 años. La sala y el comedor están adornados con trofeos, diplomas y fotos que recuerdan su grandeza vocal. Varios leones de fantasía, que sus admiradores le han regalado, cuidan la morada.
Cuando lo bautizaron como “El León del Norte”, Panchito iniciaba su carrera como solista tras años al volante de Los Trovadores del Perú y Fiesta Criolla. ¿Le gustó el apelativo? “Aunque no le guste a uno, tiene que aguantar”, sonríe pícaro. Este criollo de 87 años de edad dejó de “rugir” valses y marineras hace dos o cuatro años. Y se disculpa por la falta de precisión en las fechas, porque “lo primero que uno olvida a esta edad son los almanaques”.

De Chiclayo a la palestra
Francisco Julián Jiménez Fernández (prefiere siempre obviar su segundo nombre) comenzó como cantante en Chiclayo, “la tierra donde se acuesta uno, amanecen dos y se hacen tres”, como reza el dicho.
Soltaba sus gallos con los grupos de su barrio El Porvenir. Profesionalmente, se inició cuando “a los 15 o 16 años de edad” participaba en los diversos concursos de radio Delcar, la OAX norteña. “Ahí cantaba música peruana, huainitos del norte, marineras y valses. Mi fuerte eran los valses.”
Una vez, recuerda, ganó “un billete colorado de 10 soles”. Nos grafica: en ese momento histórico servía para comprarse dos pares de zapatos marca Aguila, y te sobraban como dos soles más. Eran otros tiempos.
Un día se dijo, “me voy pa’ Lima” y por el año “mil novecientos cuarentaitantos” ya era la primera voz de Los Trovadores del Perú, reemplazando a Javier González. En el conjunto conoció al “Chino” Óscar Avilés, con quien escribiría más tarde páginas importantes del críollismo.
Los Trovadores fueron de gira hasta Oruro, Bolivia, donde se disolvieron. Panchito decidió probar suerte, y estuvo siete años “andando” entre Bolivia y Argentina. “A la fuerza” tuvo que aprenderse huainos y taquiraris, que el público le exigía.
Degusta el recuerdo de esos años como una etapa muy buena de su vida. “No me quejo. Se ha paseado uno muy bien.” En La Paz recibió un correo de Avilés, quien lo invitaba para que volviera a Lima. Panchito, que ya quería regresarse, tomó sus maletas y se vino. Así, ese 1957 fecundaron Fiesta Criolla.

De Fiesta.. a “El León”
Para los conocedores de la materia, Fiesta Criolla pertenece a la última gran generación de conjuntos de la música costeña urbana. Integrado con Avilés y Jiménez a la cabeza, el quinteto sólo duró nueve años, entre sus dos etapas. Tiempo suficiente para llegar a la eternidad.
Con sus presentaciones en radios y canales de televisión de la época, y grabaciones de discos que se multiplicaban como maná del cielo, el conjunto pasó a la historia por ese vals hecho para bailar en fiesta perpetua.

Después, Panchito empezó su larga etapa en solitario. Su esposa, la monsefuana Consuelo Llontop Chafo- que, hija de la dueña del histórico Rinconcito Chiclayano, lo acompaña hace casi cuatro décadas. Ella no canta, pero por años se sentó con el a escuchar juntos las canciones para que aprendiera bien las letras.
Hacemos un paréntesis para preguntarle si dedicarse a la música toda la vida ha sido bueno. “No se ha ganado grandezas, pero uno se ha defendido. Antes, por ejemplo, te pagaban para grabar; ahora, tienes que pagar para grabar”, explica.
Por algo, don Panchito agradece que ninguno de sus cinco hijos heredara su vena artística. “Ellos trabajan”, bromea. ‘La vida del músico es muy difícil, hay que tener mucha suerte.

Cantata y fuga
Hace varios años, este devoto de la Cruz de Motupe y el Señor de los Milagros se alejó definitivamente del medio, por problemas con la presión alta; aunque hay quienes insisten en que vuelva a ‘rugir” en los escenarios.
Ya no frecuenta a los amigos de antes, a las serenatas y las peñas, que no son como las de su tiempo. “¡Qué vamos a comparar, hasta la gente era otra! Además, ya cansa, pe.” Tampoco se manda su tanganazo de pisco para afinar la garganta.
Son otros tiempos, los cantantes modernos “hasta saben música”. Él lo aprendía todo de oído y nunca supo rasguear una guitarra; aunque grabó tantos discos que olvida el número. En sus más de 60 años de servicios profesionales a la peruanidad se ha cuidado la voz sólo evitando bebidas heladas y limitando las jaranas.
No le gusta quejarse. Dice que el Estado le ha retribuido ‘un poquito”. En su primer gobierno, Alan García les dio trabajo a algunas figuras del criollismo. Así, se hizo profesor de música del colegio Hipólito Unanue, lo cual le valió para jubilarse, hace nueve años.
Cada mediodía, don Panchito prende el equipo de sonido y lo revitaliza escuchar las canciones que inmortalizó. Empero, le preocupa que muchos cantantes grandes estén retirándose. Opina que si no se escuchan a buenos cantantes y compositores es porque la música extranjera está “matando” todos los géneros musicales nacionales.
Los extranjeros saben de qué pie cojeamos. ¿Te has dado cuenta de que el cantor peruano tiene una cosa extraña: siempre comienza por lo extranjero? ¡Cuántos se reían de los huainos, de la música de los negros, que son tan bonitas, y ahora están de moda!”
No cree en aquello de que la música criolla vaya a desaparecer. “No va a morir, porque no se la puede botar de la casa.” Pero sí parece a veces que este género musical sufre de ataques al miocardio, ‘eso-denuncia el artista— se debe a los cantores y los extranjeros, siempre”.


Extraído de El Peruano.